Sucursales con olor a naftalina
Como esos amores que aparecen en las telenovelas, la relación que los españoles tenían con los bancos en 1976 era “para toda la vida”. La competencia entre entidades era muy escasa debido a que en los años sesenta se fraguó un modelo de una banca de proximidad que exigía redes de oficinas muy extensas atendidas por mucho personal. La única forma de crecer que tenían las entidades era mediante la apertura de sucursales, ya que apenas existía rivalidad mediante la oferta de productos.
“No hubo casi innovación financiera porque los procesos de desregulación que son condición previa se retrasaron hasta los tiempos democráticos. Se suele decir que la Supercuenta del Santander (1989) fue la primera gran innovación financiera”, recuerda José Luis García, profesor de Historia Económica de la Universidad Complutense de Madrid. Como apenas había competencia, no tenía sentido estar pendiente de qué ofrecían otros bancos. Además, la baja cultura financiera y los escasos recursos de que disponía la mayor parte de la población por esa época llevaban a que los productos que se contrataban se redujesen a un menú de apenas tres platos. “La cuenta corriente era el producto más habitual, y un plazo fijo, la máxima aspiración en la mayoría de los casos. La gente apenas se planteaba la posibilidad de pedir un crédito; como mucho, tenía una hipoteca si el sueldo le daba para comprar un piso”, señala María Ángeles Pons, profesora de Análisis Económico de la Universidad de Valencia.
Las relaciones con los bancos no solo eran a largo plazo en el caso de los particulares, sino que también existían estos estrechos y longevos lazos en el caso de las empresas. Si en la actualidad la financiación de las compañías españolas es eminentemente bancaria, hace 40 años el monopolio crediticio era aún más fuerte. En el sistema financiero nacional predominaban las instituciones sobre los mercados, porque el franquismo había limitado mucho la especulación bursátil. En el caso de las grandes empresas, la práctica más habitual para acceder al crédito era que el banco tuviese participación en el capital de la sociedad.
Explota la crisis. Estos estrechos vínculos, sin embargo, aceleraron la crisis financiera que empezó en 1976 y acabó de explotar en 1977. “El embargo petrolero de la OPEP dañó especialmente a los países dependientes de la importación de crudo como España. La deuda pública se disparó y las arcas del Estado se quedaron prácticamente sin divisas ni reservas de oro”, rememora Robert Tornabell, catedrático de Banca de Esade Business & Law School. “Con los mercados cerrados, Hacienda tuvo que pedir a las pocas multinacionales que teníamos que fueran ellas las que se endeudasen en el exterior. La Bolsa española se desplomó, perdiendo casi la mitad de su valor, lo que aceleró la crisis bancaria. Las carteras industriales fueron un lastre tremendo para las entidades”, añade Tornabell.
Visto con perspectiva, el sistema financiero español tenía algunos tics con olor a naftalina que hoy serían impensables. Hasta 1975, por ejemplo, las mujeres necesitaron “licencia marital” para poder abrir una cuenta corriente. “Era, sin duda, una anomalía que se explica por el papel que el franquismo había asignado a la mujer en la sociedad”, según García. Otro contrasentido del sistema financiero, según este profesor, es que las cajas de ahorros estaban muy limitadas en su operativa con las empresas, lo que impedía que pudieran competir con los bancos en este terreno. “También subsistían muchas dificultades para que la banca extranjera accediese al mercado nacional, lo que solo empezó a solucionarse en 1978”, añade.
Con el gobernador. Entre 1970 y 1980 estuvo funcionando el “club de los siete grandes”, impulsado por Banesto para reunir semanalmente a las principales entidades del norte de España y de Madrid, junto al Popular de Luis Valls, y así ejercer tareas propias de un lobby para mantener el statu quo del sector. Estas reuniones se celebraban con total normalidad e incluso asistían autoridades públicas como el gobernador del Banco de España. Lo que entonces se justificaba como ejemplo de la “solidaridad bancaria”, hoy sería inaceptable en términos de competencia. “En el recuerdo popular, este club bancario aparece como una especie de Club Bilderberg donde se cocía todo lo que ocurría en España. Pues bien, lo cierto es que esta iniciativa fue un rotundo fracaso desde el principio, pues la banca madrileña, que fue la que la impulsó, no pudo evitar verse superada por la mayor eficiencia de los gestores de los bancos del norte y de las cajas antes de su politización”, opina José Luis García.
Los principales actores del sector financiero en 1976 pertenecían a una generación que había hecho carrera durante el franquismo. “Los banqueros siempre han sido prudentes en sus declaraciones. Durante la dictadura mantuvieron una convivencia más o menos tranquila con el régimen”, explica Pons. La caída de la dictadura, más allá de ideologías personales, supuso para estos directivos una oportunidad de crecimiento. “Los banqueros son, por naturaleza, gubernamentales. Es decir, tratan de llevarse bien con el régimen que esté en ese momento en el poder. Aprendieron a convivir con Franco y luego se readaptaron rápidamente con la llegada de la democracia. Con las reformas que se aprobaron en 1997 encaminadas a liberalizar el sector, los banqueros se sentían más expuestos al riesgo que con el sistema anterior, pero también más libres”, destaca Pablo Martín-Aceña, catedrático de Economía de la Universidad de Alcalá de Henares.
Además de esa mayor libertad, había un factor sentimental para abrazar la democracia, como recuerda José Luis García: “Franco nunca se entendió bien con los banqueros, que políticamente se alinearon desde el principio con don Juan. El pacto entre Franco y los financieros consistió en no nacionalizar la banca privada, como pidieron los falangistas, a cambio de poner los recursos bancarios al servicio de las políticas del régimen. Esto explica que, cuando llegó el fin de la dictadura, los banqueros apoyaran con entusiasmo el proceso democrático encarnado por Juan Carlos I, hijo de don Juan”.
Hombres de gris compran acciones
El mercado de capitales estaba en pañales en 1976. La Bolsa era bastante autárquica, sin interconexión con otras plazas europeas, y sus cuatro sedes (Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao) eran independientes. La interconexión y la contratación electrónica tardarían años en llegar. La forma de negociar las acciones eran los corros, que duraban desde las 10.00 hasta las 11.30. Cada 10 minutos sonaba una campana y se negociaban los valores de un determinado sector.
El intercambio se hacía a viva voz, y en los días álgidos se podían congregar en el parqué hasta 1.500 personas al son que marcaban los agentes de cambio y bolsa. “Con cierta frecuencia aparecía un hombre bien trajeado, normalmente de gris y con una libreta. Era un enviado del Banco de España. Al día siguiente de la visita, la Bolsa subiría porque el supervisor compraría acciones”, recuerda Robert Tornabell.
Por David Fernández
----------------------------------------------------------------------------------------
Artículo copiado de "Aniversario del Pais "17.03.2.017" :
Artículo copiado de "Aniversario del Pais "17.03.2.017" :
No hay comentarios:
Publicar un comentario